Literatura desde alguna esquina


5 de junio de 2oo8,
presentación del poemario Caza Furtiva y La Invitación a Herzat y otros relatos,
en la Facultad de Bellas Artes, ambos libros publicados en Padilla

De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco. Cito:
«Federico González Domínguez observa, presta atención, no pestañea. Ajeno al ritmo social, al culto a la velocidad, a la prisa y al vértigo, reflexiona sobre los sucesos que ocurren a su alrededor. La serenidad es virtud estoica. Repasa, cavila, medita, suma los instantes de cada día para recomponer una vida, su vida [...]
Federico González Domínguez recuerda, hace memoria. Sentado ve pasar el tiempo, exhuma momentos que no quieren quedar arrinconados, recuerdos que un día fueron instantes sutiles, perlas riquísimas que dan valor a una vida, su vida [...]
Federico González Domínguez busca el cosmos en el caos, la armonía en el desorden, la serenidad en el tumulto. El silencio es el vehículo para la reflexión, pero la tranquilidad, la calma, la quietud son hoy valores trasnochados. Es sólo un hombre con delirios divinos.
Federico González Domínguez es filósofo errante, un rapsoda con vocación de samaritano. Su tristeza es infinita. Perturbado, aspira a la redención del hombre pero predica en un desierto de luces y consumo donde su voz es ignorada.

Conozco a Federico desde hace años y sé de su anacronismo, de su andar a contramano. En una sociedad acelerada, dominada por la imagen y el consumo, él simplemente lee; lee incesantemente, incansablemente, tenazmente; lee para intentar saciar su infinita ansia de conocimiento, un ansia que no tiene límites, ni metas. Codicioso, avaricioso, egoísta aspira a la sabiduría pero sabe que está condenado por los dioses, como las nereidas, a llenar un pozo sin fondo.
Federico sabe escuchar lo que dicen las palabras: los susurros de los muertos, los gritos desgarrados de los vivos, las enseñanzas de los sabios, los descarríos de los lerdos; atesora disparates, juicios sumarísimos, sentencias solemnes. Se sienta, ve pasar el mundo a su alrededor y condensa instantes valiosos que, como en una escala musical, van componiendo la melodía de su existencia.
Federico no es un hombre sencillo, no es un individuo "a la actual usanza", es un intelectual, un eremita en un inhóspito entramado de hormigón y alquitrán.
[...] Sin pretensiones, generosamente, nos ofrece una transfusión de vida interior y sabiduría, previamente mendigada por él en la tierra».


José María Sánchez Sánchez (Cortegana-Sevilla. Enero de 2008)
Prólogo recortado de Marginalia, obra no publicada del autor


No he podido evitar movilizar en estas breves líneas la eternidad fugitiva de la presentación de estos libros, ante la saturación de publicaciones a la que estamos expuestos, y el escaso grado de selección que podemos desarrollar, sobre qué queremos leer, y qué queremos que se escriba. Porque... como decía María Elena Walsh: «donde no hay libros hace frío. Vale para las casas, las ciudades, los países. Un frío de cataclismo, un páramo de amnesia».
El conocimiento no llega a nosotros, a nuestras vidas, de manera automática. No lo compramos tampoco, apostando por universidades con más recursos, o librerías multinacionales. Funcionalizar el conocimiento, es perder el roce de éste con los dedos, es obviar el tacto del papel inocente, a favor la gélido libro de maquetación extraordinaria. Es democratizar la apariencia. Por eso los mejores libros, son los más sucios y gastados. A ellos deberíamos recurrir.


«Yo deseo… que se encuentre una nueva relación entre el conocimiento y la vida.

En el sentido de que el conocimiento le sirva, no a la muerte, sino a la vida».

Alberto Moravia, Mi vida.


De Caza Furtiva, extraigo: Un hilo de acero tensa las horas

Un hilo de acero tensa las horas:
estrecho tragaluz de espera.
Quedarse es absurdo.
Salvadora tenaza de afiladas cuchillas:
¡córtala!; y tú, tarde, consúmete y deja paso
al juego acorde de la noche.

Tiempo. Literatura. Historia. Vida.
Se nos escapan de las manos...